Hablar del debut de Nile no es hablar de un disco más, sino de uno que dio forma a todo un nuevo universo dentro del death metal. Pero, así y todo, pasó muy desapercibido en su momento.
Si lo comparamos, por ejemplo, con el Gateways to Annihilation, sentiremos que el sonido de Nile se va en picada, por más pesado que sea el riff, la batería o la voz de Sanders. Da igual. La producción de al menos los primeros tres trabajos deja mucho que desear en este aspecto, sobre todo en la parte vocal, donde es principalmente perjudicada en los momentos donde Kyle lanza sus guturales más graves. Incluso con las letras en mano, es difícil seguir lo que dice. La voz suena detrás de toda la banda, y por momentos parece que hubiera una falla y saliera por fragmentos.
Igual, no me malentiendan: amo el sonido de Nile. El disco suena caótico, oscuro y surgido de tumbas con siglos de putrefacción. Más allá de que tratar de entender las letras se sienta como perseguir una voz susurrante por una oscura, fría y húmeda bóveda de alguna pirámide ancestral, termina siendo algo que suma a la historia del álbum, porque uno busca entender qué sucede. Como si trataras de descifrar un jeroglífico. Ahí está la magia.
El álbum marcó un antes y un después en la historia del género. Sin buscar modernizarlo, terminó expandiéndolo. Los fans comenzaron a preguntar qué querían decir en sus letras, ya que, por lo rebuscadas que son, era difícil saber de qué trataban. A partir de los siguientes discos, comenzaron a añadir el significado y la historia de cada una en el libro del CD, dejando aún más clara la pasión de Sanders por la historia y cultura egipcia.
La música parece invocar entidades antiguas. Los cánticos, instrumentos exóticos y el misticismo que emana es una marca registrada que los posiciona, según mi criterio, en lo más alto de la cadena evolutiva deathmetalera. El álbum es un viaje en el tiempo hacia épocas que cuesta imaginar. Los guturales más profundos y sombríos de Kyle parecen provenir de gargantas podridas y resecas de momias milenarias.
Lograron construir una atmósfera ceremonial tan vívida que uno puede sentir que recorre el viejo Egipto a lo largo de los poco más de 30 minutos que dura el disco.
Los paisajes más épicos se dibujan por medio de las guitarras, que son como cuchillas curvas cortando en patrones laberínticos. La batería y el bajo suenan contundentes, como tambores de guerra que cargan con precisión militar. Todo está envuelto en un aura de liturgia negra que genera una inmersión fantástica con la obra.
No es un disco para escucharlo de fondo. Tampoco para mover la cabeza.
Tal vez por esto, la producción cavernaria y su carácter "antipopular" fue que este gran debut pasó por alto en su tiempo. Pero te aseguro que basta con visitar una vez el escenario que Kyle y compañía desarrollaron para que el retorno sea imposible.

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