En este caso, es el turno de unos de mis sitios favoritos https://elnegrometal.es/.
Espero que disfruten leyendo esto tanto como yo.
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El objetivo general que pueda tener la existencia de un sitio web como este, más allá de promocionar a determinados artistas o corrientes, es reivindicar la importancia y relevancia del underground dentro del panorama metalero global. Eso explica que aquí aparezcan multitud de nombres y discos que no figuran en ninguna web de renombre, y que se aborden temas bastante alejados de los debates habituales en medios de mayor relieve. Esto es así no solamente porque quien suscribe considera que la esfera subterránea es la que ha dado los mejores frutos a efectos artísticos desde finales de los años ochenta, sino también porque siempre ha estado en inferioridad con respecto a otros ámbitos y manifestaciones más mayoritarios e influyentes, y por ello es preciso defenderla o, lo que es lo mismo, darla a conocer por los medios modestos y minoritarios que le son propios. Las grandes formaciones, tendencias y modas tienen su legión de altavoces para servirles de portavoces y reclamos publicitarios; los grupos y sellos que existen a la sombra necesitan todo un microcosmos de activistas y pequeñas plataformas que se hagan eco de sus actividades y las promuevan a su reducida escala, por lo general con una actitud combativa con respecto a lo mainstream dentro del metal.
Esta disparidad existe desde el advenimiento del metal extremo a mediados de los ochenta, cuando el heavy metal dejó atrás su época de máxima popularidad para adentrarse en los senderos menos trillados de la pluralidad estilística. No obstante, para intentar entender la importancia de esta confrontación, primero deberíamos definir qué es el underground. La respuesta más sencilla sería decir que es lo opuesto al mainstream, es decir, a los grandes sellos, medios y plataformas. Para concretar un poco más, nos referimos a las publicaciones escritas que aparecen en varios países, como Kerrang, Heavy Rock y hasta cosas medio potables como Decibel, a grandes sitios web como Vice, MetalSucks, Metal Injection o Blabbermouth, y a las discográficas más grandes que siempre solemos criticar: Napalm Records, Nuclear Blast, Century Media y, más recientemente, Season of Mist, Profound Lore o 20 Buck Spin. No se trata tanto del tamaño de tal o cual medio sino del planteamiento que rige su funcionamiento, con un tono publicitario y acrítico que apuesta por la cantidad antes que la calidad y por aupar a los grandes nombres y las nuevas tendencias más candentes por imperativos meramente mercantiles.
Según esta definición del mainstream, el underground sería lo contrario: un ámbito artístico definido principalmente por la falta de medios y de exposición. Dado que engloba un terreno muy vasto y diverso, obviamente no se trata de un panorama uniforme, sino que presenta distintos niveles de notoriedad y reconocimiento, y también diversas maneras de crear y distribuir la música, pero en general todas ellas tienen en común el hecho de depender fundamentalmente de su propio público y de personas y pequeños medios afines que se encargan de las labores de promoción. El metal underground, con sus defectos y endogamias, constituye la forma más pura de creación musical, al estar mucho menos contaminado por intereses comerciales y compromisos que menoscaban las facetas artística y expresiva. Aunque su estratificación vaya desde lo sobresaliente pero tristemente poco conocido hasta lo espantosamente casero o amateur, la característica crucial del underground, lo que realmente determina todas sus virtudes, es el hecho de operar con libertad e independencia, ajeno en gran medida a modas, compromisos y convencionalismos, aunque ello implique que sus partícipes normalmente nunca puedan realizar una carrera profesional al uso dentro de la música.
Aunque en esta web apostemos siempre por el underground como fuente de música auténtica y relevante, no hay que olvidar que se trata ante todo de un simple medio de creación y distribución, sin ninguna garantía intrínseca de calidad. Es evidente que la mayor parte de las formaciones que militan en ese ámbito son mediocres a efectos artísticos, como le ocurre también a muchos de los grupos más famosos, aunque por lo general estos tengan una capacidad técnica mucho mayor y también mucha más experiencia. Pero también está demostrado que, cuando surge un proyecto puntero dentro del underground, generalmente se nutre de toda una red de apoyo tejida a su alrededor, que suele englobar a otros músicos o grupos asociados tal vez menos destacables pero que prestan su ayuda a efectos logísticos, financieros y promocionales, en lo que constituye la parte positiva del funcionamiento de una escena (la parte negativa serían las rivalidades absurdas o el predominio absoluto de la socialización por encima de la propia creación artística). El resultado de esta especie de simbiosis colectiva, en el mejor de los casos, son una o varias propuestas únicas y distintivas, con suficiente energía e ímpetu como para rebasar el nivel local y darse a conocer más allá, pero apelando a los nuevos fans más por su calidad y originalidad que por limitarse a marcar las casillas adecuadas de una fórmula preestablecida.
Hemos sugerido en un primer momento que el underground se define por su oposición al mainstream, pero esto no sucede por mera contraposición, sino también a causa de un antagonismo activo que forma parte de su ADN original. Es lo que ocurrió cuando del heavy metal surgió el speed/thrash como corriente recrudecida y violenta, cuando del thrash metal apareció el proto-death, yendo más allá a todos los niveles, y cuando las primeras escenas black metal, sobre todo la noruega, se distanciaron conscientemente del death metal imperante al rechazarlo de una forma que, a día de hoy, se nos antoja exagerada, pero que entonces era parte de la furia que impulsaba a los primeros músicos de ese movimiento. Históricamente, los sucesivos subgéneros que se han ido desarrollando siempre se han querido desligar en cierto modo de los anteriores, considerándolos vendidos, conformistas o decadentes. Se podría pensar que esto ya no sucede así, teniendo en cuenta que la carrera por ver quién era más extremo, que impulsó al metal desde principios de los ochenta, se agotó ya a finales de los noventa, si no antes, pero lo que ahora existe es el fenómeno inverso, el intento por parte del underground de no ser asimilado y tragado por la versión más convencional y accesible del género metálico en su conjunto, un fenómeno que se viene produciendo de unos años para acá.
Ya hubo antecedentes de este intento de asimilación: el hair metal en los ochenta, el grunge y sobre todo el nü metal en los noventa y, más tarde, otros subgéneros como metalcore, post-metal, deathcore o post-black fueron sucesivas formas de tratar de convertir el metal en un producto más sencillo de entender y de vender, un intento de transformar en algo vacío y domesticado lo que antes era rompedor y novedoso pero también ambiguo y difícil de amansar. En los últimos tiempos, el desafío proviene principalmente del “pop metal” (es decir, metal con la estructura y las características del pop) y de las formas edulcoradas más recientes del movimiento old school, activo desde 2010. Estas dos categorías son las que, desde hace un par de lustros, copan los grandes titulares, festivales y medios, y dejan poco espacio para lo que queda más abajo. Por fortuna, también desde 2010 aproximadamente existe todo un ecosistema underground de pequeños festivales, sellos y medios que antes de Internet habría sido impensable, por lo que los metaleros de la primera hora que tanto refunfuñan sobre cómo “Internet lo jodió todo” harían bien en rendirse a la evidencia de que, a falta de una nueva “edad de oro” del metal, no se está tan mal en la actual “edad de plata” que aún dura.
Todo género musical o movimiento artístico en general es un ente vivo que nace, se desarrolla y termina por morir. El estadio en el que se encuentra el metal es esa fase de expansión y entropía que se produce después de la etapa de desarrollo inicial. Lo más probable es que ya no vaya a producirse ninguna nueva revolución como tal en su seno pero, como género, el metal sigue muy vivo y activo, y sigue habiendo cosas interesantes y motivos para seguir estando al tanto de las evoluciones de las distintas escenas. La actividad febril se mantiene tanto a nivel mainstream como underground, naturalmente a una escala distinta, lo cual permite que los grandes festivales convivan con los pequeños y más especializados, y que coexistan también los grandes grupos de ahora o de ayer con los subgéneros de nicho. Tal vez esta polarización se note más que nunca, si nos fijamos en cómo funcionaban antes los grandes sellos mencionados, que fueron punta de lanza del primer metal extremo de calidad, y cómo funcionan ahora, cuando se han vendido a la comercialización más burda y vacua. Si hay alguna verdadera amenaza que se cierna sobre el futuro del metal, es la posibilidad de convertirse en un género estándar más, intercambiable y aceptable por todo el mundo, o peor, en otra variante más del pop más o menos disfrazada pero igual de convencional y simplona.
Esa amenaza de la que hablamos no viene de fuera, sino de dentro. De hecho, desde finales de los noventa no se ha vuelto a producir ninguna incursión de un sector externo que quiera poner un pie dentro del metal, porque al resto de la gente y de la industria musical en general hace tiempo que no le interesa el metal. Lo que sí ha ocurrido es que los principales actores que ya operaban dentro de la esfera metalera han pasado a fabricar versiones edulcoradas y facilonas de lo que antes era metal. Si miramos el catálogo de los tres sellos más grandes (Napalm Records, Nuclear Blast y Century Media) encontraremos, obviando viejas glorias y reediciones, un montón de grupos aparentemente metaleros cuya música funciona empleando el formato del pop (canciones breves, repetitivas y con elementos superficiales distintivos tomados de otros géneros), en lo que constituye de un tiempo a esta parte el modelo principal de lo mainstream. Esta nebulosa de formaciones se caracteriza además por potenciar al máximo el aspecto extramusical, centrándose en temáticas hiperespecializadas y recurriendo a una caracterización que abraza el cosplay más como razón de ser que como mero atrezzo. El hecho de que sean o no buenos músicos –en general lo son– pasa a un segundo plano y también lo hace en gran medida la propia música, porque lo que importa es el impacto visual, el contexto o el presunto “mensaje”, adosados a una música increíblemente plana, simple y acomodaticia, un producto musical intercambiable con cualquier otro.
Quienes denuncian esta suplantación de la esencia musical del metal con fines comerciales a menudo reciben acusaciones de conservadurismo extremo o de lo que en inglés se denomina “gatekeeping”, que viene a corresponder a la caricatura de fan gruñón chapado a la antigua que realmente no existe como tal, sino que es un constructo diseñado por las grandes figuras mediáticas como presunto adversario a combatir. En realidad, los fans que se oponen a la popificación del metal y, en menor medida, a la suavización de las formas que suele venir a través del prefijo “post”, el sufijo “core” o el adjetivo “melódico” no pretenden que todo siga siempre igual, sino que abogan sobre todo por una forma de gestionar las cosas que no ponga el reclamo mercantil en el centro y apele a un mínimo denominador común. A pesar de las apariencias, en el underground se experimenta y se innova mucho, aunque por lo general desde un enfoque evolutivo, más difícil de percibir, en lugar de uno falsamente rupturista (que suele terminar transformando el metal en otra cosa que ya existía antes). Tiene sentido que así sea, porque sólo cuando hay libertad es cuando se pueden crear cosas distintas, diversas, menos encauzadas y dirigidas. Paradójicamente, son los “conservadores” del underground quienes más hacen por renovar y revitalizar su música, a pesar de las críticas que reciben en sentido contrario.
Como en todas las épocas anteriores, al underground le toca ejercer una labor de resistencia si quiere sobrevivir sin ser asimilado o neutralizado. En esta lucha desigual contra las esferas mayoritarias, el underground siempre tiene las de perder, pero su victoria verdadera no consiste en imponerse o vencer, sino simplemente en seguir existiendo y funcionando según sus propias normas. Ese objetivo no sólo es perfectamente alcanzable, sino que constituye su auténtica razón de ser. Además, tiene la virtud de no funcionar casi exclusivamente para hacer dinero, como todos los grandes actores de los que hemos hablado antes, ya que se nutre sobre todo de pasión, espíritu y trabajo voluntario, y esas son bazas imbatibles que ningún patrocinio podría igualar jamás. Le auguramos por tanto una larga vida al underground, siempre que sepa mantener su independencia y no traicione sus principios, siempre que se centre en la música en lugar de en todo aquello que la rodea y las formas de hype que ello suscita. Y no olvidemos lo más importante: la certeza de que el underground, fuente histórica de todas las verdaderas revoluciones e innovaciones dentro del metal, tiene que sobrevivir para que el metal siga vivo.
Belisario, julio de 2025.

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